Querido doctor:
Soy una persona única y especial, aunque cuando me mire me vea como un montón de carne, como una máquina que necesita una puesta a punto, un juego de válvulas o de piezas nuevas. De forma impersonal, reúne datos sobre mí mediante análisis de sangre y me dice que adelgace. Me impone una dieta, luego me grita como si yo fuera una niña incompetente. Me trata como si yo no tuviera sentimientos sobre mi gordura. Quiero agradarle y al mismo tiempo quiero fastidiarle. Me ordena que ingiera 600 calorías. Eso es espantoso. Temo que no seré capaz de ajustarme a esa dieta, y entonces se enfadará conmigo. Hago trampa y espero que no lo descubra. Quiero que usted me haga perder peso, sea mi amigo. Todo lo que recibo son sermones y menús imposibles.
Doctor, por favor, aparte sus ojos de mi gráfica, y míreme como a una persona de verdad. No soy sólo un cuerpo. Tengo sentimientos también. Ayúdeme a fijar objetivos realistas. Tengo que perder 50 kilos, dése cuenta que es como pedirme que suba al Aconcagua. Ayúdeme a perder 10 kilos de una vez. Por favor, intente conocerme. Comprenda que perder peso requiere mirar en mi vida y en mis sentimientos. No parece querer saber nada de todo esto ni ayudarme a enfrentarme a ello.
Míreme como a una persona que cometerá errores. Téngalo en cuenta. Alabe mis éxitos por pequeños que sean. No me ofenda, no me asuste ni me desprecie. Sea compasivo. Estoy sola. Ayúdeme a valorarme a mí misma. Ayúdeme a aprender a tener poder sobre mi cuerpo, y así su trabajo será más sencillo. Querido doctor, no me haga perder peso. Enséñeme a hacerlo por mí misma!
(Extraída del libro «Adicción a la comida»)